Inició
el camino hacia su casa con la cabeza a unos pocos años luz de sus hombros. Sus
pasos eran los de un autómata, certeros y prefijados; mientras su mente
recorría, confusa y calmada, otros senderos mal dibujados en su memoria. Para
Zsolt, la memoria no era sólo el archivador donde uno va dejando las cosas que
han pasado, sino también, en una suerte de anticipación de eventos, un
inventario de hipótesis donde descansaban sus vidas por venir. Aquéllas que
llegaban a realizarse se archivaban junto a los recuerdos, por mera convención.
Así,
mientras sus pies tomaban el camino hasta su casa, Zsolt trazaba el esbozo de
una línea curva que arrancaba en la tarde de abril en que la conoció y se
ramificaba a partir de ese preciso instante, saltando a mil casas iguales, pero
distintas y mil gritos distintos, pero iguales. El patrón de discusiones y
frustración era inconfundible durante todo el recorrido. Inconfundible y
demoledor.
Detuvo
sus pasos.
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