La comunicación es la logística de los pensamientos y las ideas. Es, y siempre ha sido, algo tremendamente importante a nivel social. De hecho, es en gran medida lo que nos permite concebir un “nivel social”. Por eso me sorprende pensar que la herramienta en que se basa, la palabra, sea algo tan tremendamente imperfecto como hermoso.
Me encantan las palabras [y tengo dos listas de Twitter que lo prueban], me encanta cómo consiguen evocar ideas en nuestra cabeza, ideas con las que en la mayoría de los casos no presentan una conexión alguna. Me encanta cómo encapsulan conceptos difíciles en un grupo de sonidos sencillo. Me encanta la separación entre significante y significado, y su artificial indivisibilidad. Y me encanta que algo tan arbitrario como asignar un sonido y una grafía a una idea, funcione con una precisión más que razonable la mayor parte de las veces.
Pero a menudo, y hasta en las cosas más simples, exhiben cierto margen de error. Tolerable en ocasiones. Alguien dice “coche” para referirse a su pequeño y viejísimo R5, otro alguien visualiza en su cabeza un flamante monovolumen. Tanto un netbook como un sobremesa de principios de siglo es un “ordenador”. No pasa nada. Son problemas con fácil solución: añadir más palabras.
La verdadera carencia se revela con ideas más abstractas. Cuando la palabra sirve como etiqueta de una entidad que existe, o incluso de una magnitud definible en términos físicos, el margen de error a la hora de utilizarla es limitado. Sin embargo, en el caso de las palabras que utilizamos para definir ideas complejas, no vinculadas a elementos estrictamente presentes en la realidad, sino propios de nuestra percepción social o individual de la misma, su uso se vuelve mucho más impreciso.
Por poner un ejemplo, podemos pensar en la libertad. Si preguntas a tres personas, tendrás tres definiciones de libertad, más o menos parecidas, pero más o menos diferentes. Y por encima de esas tres definiciones, nos encontraremos, de manera ineludible, con conjunto de matices comunes, comprendiendo lo que sería la concepción social de la misma idea. Cuando dos individuos con distinta concepción de la libertad discuten sobre ella, es fácil que se vean atrapados por una vorágine de pensamientos cuya recíproca interpretación no es ya ambigua, sino prácticamente imposible. Yendo más allá, cuando la concepción del término por parte del individuo no es coincidente con la concepción social, podemos dejar de hablar de problemas de comunicación, para encontrarnos con problemas de integración [entran aquí otros factores, ya no la propia imagen que cada individuo pueda tener de un mismo concepto, sino también las asociaciones que se puedan atribuir al mismo, por ejemplo, dos personas pueden coincidir al pensar en qué es la diversión, pero estar muy lejos a la hora de dar ejemplos de cosas divertidas].
Y algunos, que estamos acostumbramos a movernos en un mundo en el que la reflexión viene siempre precedida de la precisa definición de los términos que la conforman, nos encontramos algo perdidos cuando tratamos de hablar de cosas que ni sabemos definir con precisión, ni sabemos cómo pueden ser entendidas por los demás.
2 comentarios:
Y a mi me gusta que te gusten las palabras, y sobre todo que seas capaz de rescatarlas, entrelazarlas y mezclarlas tal y como lo haces.
Gracias :-$
Publicar un comentario