El escenario óptimo para la toma de decisiones con el fin de alcanzar un objetivo determinado, es aquél en el que conoces todas las variables que inciden sobre la decisión a tomar. Todas. Es la única forma en que puedes estar seguro de ser capaz de acertar.
La realidad es que esto ocurre pocas veces. Normalmente existen varios factores importantes que desconocemos y que generan un abanico, más o menos amplio, de decisión. Esto se traduce en que en nuestro escenario habitual hay, al menos, una variable, digamos X, cuyo valor no tenemos claro. La razón de nuestra incertidumbre puede deberse a que el valor de X no se determinará hasta un momento futuro y sólo lo podemos aproximar por medio de pronósticos, o bien a que, sencillamente, no contamos con herramientas para medirlo. Pongamos, pues, que X puede tomar los valores “a” o “b” y en cada caso las acciones a tomar para alcanzar nuestro objetivo son radicalmente distintas.
Incluso es posible que en uno de los casos, nuestro objetivo sea inalcanzable. Mi teoría es que debemos descartar precisamente esos valores de X, independientemente de cuál sea el fenómeno más probable. Al final se trata de suponer un estado que podamos controlar, porque malgastar esfuerzos en algo que al final resulta ser inútil, normalmente es menos grave que dejar pasar situaciones por asumir que eran imposibles. Depende, por supuesto, de la naturaleza del esfuerzo y del valor relativo de nuestro objetivo, pero esto es sólo una generalización.
Estoy hablando, básicamente, de ponerle un plato de comida al jodido gato de Schrödinger.
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