Tengo una extraña teoría. En realidad tengo muchas extrañas teorías que yo mismo desconozco y que afloran como punzadas de realidad, como certezas indiscutibles, como revelaciones repentinas que se desenmascaran en un único instante y que mueren al morir aquél. No obstante, algunas son recurrentes y las acabo aceptando como parte de mi percepción global de la vida, del mundo y de la gente. Estas líneas hablan de una de esas teorías recurrentes.
El tiempo es la sucesión ordenada de los acontecimientos. Entendemos el tiempo como algo lineal porque entendemos la vida como efectos y sus causas, y la lógica fuerza a que la causa preceda al efecto. Pero por otra parte sabemos que la lógica no suele regir la vida y la necesidad de que exista el tiempo se diluye. Existe porque lo percibimos, de acuerdo. Sin embargo hay cosas que resultan intemporales [más que atemporales], ¿cómo somos capaces de percibir esas cosas si no se rigen por nuestra lógica de causa y efecto?
El tiempo es una ficción, una ordenación que realizan nuestras mentes para evitar el atropello de sentir toda nuestra existencia en un único suspiro denso. Queremos que se dilate y que tenga más sentido del que tiene, pero es una ficción. Somos lo que somos, lo que hemos sido y lo que seremos, y en este momento que escribo mi mente tiene tanto de lo que tiene hoy, como de lo que tuvo ayer, como de lo que tendrá mañana. Pero el futuro se oculta y el pasado se archiva para que el engaño de las causas y sus efectos sirva para algo, para que la vida misma nos depare algo que creamos no tener ya.
Los sentimientos son la explosión más absoluta del desorden real que existe en nuestros universos internos. No dependen del instante, los sentimientos “son” en el amplio sentido de la palabra, en el que implica “han sido” y “serán”. No pretendo asegurar que todo es eterno, sino todo lo contrario: todo se compone de la innumerable cantidad de partes que tuvo, tiene y tendrá. Todo es un gigantesco yin-yan con muchos más colores que el blanco y el negro. Y nunca conseguimos percibir el cuadro entero, nos centramos en distintas partes dependiendo del instante, eso es lo que nos lleva a pensar que las cosas cambian, y que cambian porque el tiempo transcurre.
Pero todo está allí siempre. Todo nuestro odio y todo nuestro amor, pasados y futuros, se condensan siempre en cada instante y son los que regulan el grado de pasión que somos capaces de albergar. No obstante, trascender al tiempo es algo que intimida y que es difícil de aceptar y eso es lo que nos lleva al engaño, forzado de manera inconsciente o fruto de nuestra limitada capacidad de percepción, no estoy muy seguro de sus causas... Pero no deja de ser un engaño que nos oculta las partes de ese todo, bien sea de manera compensatoria con el ficticio orden temporal de las cosas, o de manera indiscriminada y devastadora.
El punto al que pretendo llegar es que hay ocasiones, meros instantes, en los que consigo dejar que mi mente se zambulla en mi existir como un todo, no como una colección de instantes secuenciados, sino como un cúmulo de sentimientos que carecen de causas y razones, que solamente “son”, y es entonces cuando comprendo que el grado de pasión mide solamente mi vulnerabilidad hacia las cosas, es la intensidad de los colores de una paleta policromada... Pero no habla de lo que van a dibujar esos colores. Es por eso que los mismos tonos que nos evocan los más hermosos paisajes son los que definen con mayor precisión las imágenes más tenebrosas. Es por eso que con quien más reímos, más nos va a tocar llorar, porque lo que hemos reído y lo que vamos a llorar, forman parte de ese todo omnisciente que escondemos en nosotros, que se manifiesta parcialmente en cuanto a formas, pero siempre constante en intensidad.Y es por eso que somos capaces de prever el dolor, aunque a menudo nos mintamos a nosotros mismos, siendo partícipes del perfecto engaño.
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