El otro día me pasó algo increíble. Seguro que cuando lo cuente no suena tan increíble como lo es ahora mismo en mi cabeza, pero haré lo que pueda para conseguir expresarlo a un nivel de intensidad similar al nivel con el que lo experimenté.
Estaba leyendo Leviatán, de Paul Auster, en el autobús de vuelta del Parque Tecnológico, me faltaban diez páginas para terminar y decidí acabar de leer el libro sentado en la Plaza de Colón antes de ir al gimnasio. Leviatán me estaba encantando, la verdad es que Paul Auster me ha atrapado. Da igual que sus libros avancen a un ritmo escandalosamente lento, porque podría deleitarme durante horas en cada página que escribe. Leviatán es una oda a la casualidad y al terrible destino que se esconde detrás de los eventos más triviales, es posible que fuera por eso por lo que lo que ocurrió en la Plaza de Colón me pareció tan increíble.
En el preciso momento en el que terminaba de leer la última palabra del libro, en el instante en que lo estaba cerrando, una gota de lluvia cayó sobre la contraportada. Justo después estaba lloviendo a cántaros. Sin embargo, el cielo había respetado mi lectura, me había dado el tiempo justo para terminar el libro. Para devolverle el favor, yo dejé que me mojara. No me resguardé en ningún momento de camino al gimnasio, sonriendo de oreja a oreja, anduve bajo la lluvia durante unos cinco o diez minutos, hasta llegar calado hasta los huesos, y estúpidamente feliz.
Me he acordado de esta tontería en mitad de un momento de exaltación pop (más bien chicle pop) y tenía que dejarlo plasmado en algún lado, para aislarlo del resto de historias que pululan en mi cabeza. Albergo en un cuarto cerrado una reunión de movidas presentes, pasadas y futuras, y he decidido alentarlas con las melodías happy-depresivas (casi filofóbicas, o tal vez fobofílicas) de La Casa Azul. La historia de "cómo terminé de leer Leviatán" ha salido indemne de la vorágine de pensamientos retorcidos y entrecruzados que me tiene cautivo. Todo lo demás, espero deformarlo hasta que se confunda en el espacio-tiempo y yo ya no lo pueda reconocer más que como un conjunto de sensaciones arbitrarias.